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¿Qué hemos sacado con quererla, ayayay?


Un solo verso podría explicar, si acaso eso fuera necesario, todo el libro de Melissa Carrasco. Y es en el poema que titula este trabajo, ¿Por qué matar la poesía?,  donde la poeta revela la galera desfondada, clava el aguijón ahí donde duele: “Es mentira que nos salvaba”. Y sí, señoras y señores, la poesía “hizo su propio negocio / y quedamos solos”. Muerte a la poesía, entonces. Volvamos, plumíferos de toda laya, a reunirnos al torno al fuego, allí donde todo habrá de renacer en un eterno loop. ¿Qué hemos sacado con quererla, ayayay?

Y todo porque no supimos escuchar a tiempo que “las palabras destruyen al hombre”, como alertó en vano el visionario de Leopoldo Panero. 

Por eso, para sumergirse en Por qué matar la poesía  (Ediciones en Danza, 2024) hay que hacerlo prevenidos de que el que avisa no es traidor. Será el lector el que entre alerta, la guardia en alto, porque una vez atravesado este “pacto de osadía” que propone Melissa Carrasco ya no se saldrá igual. 

¿Poesía que se autodestruye? ¿Palabras que se inmolan para decir(se) hasta donde les dé el cuero? ¿Metáforas como trincheras contra sí mismas? ¿Versos que muerden la mano que les da de comer? No, sólo un libro “que no es para la sagrada familia literaria”. Un libro como “un rictus de rabia que sobreviva”. O no.

Después de llevar hasta el límite ese “amor no correspondido”  que supone la poesía como género eternamente disruptivo, Melissa nos confirma que el poema -una vez más- puede ser más grande, mucho más, que aquellos que se animan a seducirla, amarla y abandonarla con la promesa de una recurrente reconciliación. No es casual apelar al vínculo amoroso para entender esa relación de amor /odio que campea todo el tiempo en los poemas de la autora de La teta negada.

Porque la poesía, verdad perogrullesca, no siempre da. En ese vínculo asimétrico, el porcentaje de tripas que demanda no devuelve placeres acordes. Pero aun así, la poeta sigue dándole a la palabra como a un clavo terco “porque resistimos por alguna vocación heroica/ aunque digámoslo/ nuestro único heroísmo siempre fue la supervivencia”. 

Después de todo, o antes que nada, el poeta sigue siendo ese cartero que corre en llamas (Blaisten dixit), iluso él, pensando que llegará a destino. Y ahí sí, el poema deberá defenderse solo. Puede que la poesía, no muerta pero sí malherida, siempre tenga algo más para decir, mientras el autor ya está en otra página u otra vida.  

“Mis poemas no  servirán / ni a mi persona / ni a mi generación”, maldice Melissa, pero como juran Rulfo y la vecina de enfrente, “el escritor es un mentiroso”. La poesía, tardío hallazgo, se resignifica como esa mentira que dice la verdad. Caiga quien caiga.





Rubén Valle, abril de 2024 

 


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