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Casa de palabras para no olvidar



Para conmemorar la fecha compartimos una pequeña selección de poemas. El 24 de marzo de 1976 se abrió una época de horror en la Argentina y estos poemas tienen que ver con las consecuencias de ese horror, con los restos, cuerpos, ilusiones rotas y vueltas a construir, exilios. Algunos poemas probablemente no tenían que ver directamente con los hechos pero producidos o publicados en determinado contexto admiten la relación. En definitiva, en este momento aciago que vivimos en el país es fundamental no olvidar.




El espectro de Luis


a Luis Politi


Enero vuelve,

a cobrarnos su verde

hoja por hoja.

Nadie jadea

en las sombras

del verano muerto.

Te vi en un filme

que no era

como la vida misma;

con un final

a orillas del mar.

El mar en el cine

es más bello,

ya que no real

duele un poco más;

como tu espectro

en el filme,

que se renueva

en efímeras matineés.

Luego vuelves a tu

contradictorio sueño

de celuloide

(lata enlutada,

muerte enlatada).

El hombre de la sala

de proyección

ignora el milagro

que produce a diario

(legado de los hermanos Luz).

Así las parejas,

en los olvidados parques

tienden un mantel

sobre el césped y esperan

hasta que el deseo llega

a ponerle luz a las palabras.


Julio González (Mendoza 1931- 2022). Este poema apareció en su libro Cosecha embrujada de 1992. Luis Politi fue un actor nacido en Mendoza, fallecido en el exilio en 1980.



Fragmentos del dolor


El dolor,

como un universo flojo que se nos desarma

en el cuerpo impone su ronda tenaz

y danza su líbido con la muerte.

General de dios

insutil chicote enfermo

invade con sus guerreros páramos y valles

pueblos pequeños y apretadas ciudades.

Depredador del alma

mira irónico la plaza de los niños.

Está en el son de las canciones matutinas

y en el son de las canciones vespertinas.

Se agazapa detrás de cada hueso

y detrás de cada músculo,

transforma la lágrima

en un carro de triunfo donde viaja.


(he visto la nidada del dolor

sobre el lomo del más débil).


Está en el jabón de las mañanas

y en olor de las sábanas

en los trajes subordinados al rigor del horario

en los vericuetos del silencio

y en el grito amordazado de la penúltima tortura;

porque está en el frío de la espada

y en los números fríos

en la soberbia del héroe

y en el corazón del triste

en los olvidados,

en los malamados y en las víctimas,

está en la soga de la red que nos sostiene.

En los poemas y antipoemas

en el estilo nuevo y en el viejo alejandrino

en el adjetivo y en el verbo.


Está el sustantivo dolor por todas partes,

sólo retrocede

ante la piedad del tiempo.


Carlos Levy (Tunuyán, Mendoza 1942- 2020). El poema apareció originalmente en su libro La memoria y otras piedades de 1984.



VII


El salario no me lo pagan los burgueses decía Raquel o incendiaba

se paseaba a grandes zancadas por la plaza central.

No me lo pagan esos y volvía otra vez sobre sus pasos.

Ala pasar de los años su ausencia se notó más que otras.

De su pecho brotaban sus pechos y eran gritos, caricias, voluntad más que otras.


No hay ecos en la plaza central donde se libraron batallas olvidadas.

En la plaza central crece una hierba desabrida y sin truenos.


Luis Alfredo Villalba (Mendoza 1939). De su libro Hoteles baratos, 1999.




H.I.J.O.S.


Me acuerdo de sus p.a.d.r.e.s.

porque

anduvieron

deshojando

rosas

en el duro

silencio.

Los miré a cada uno flamear con sus banderas

y sus blancas mañanas de cereal

sobre la piel de las ciudades tristes.


Soñaban otra historia.

Le conocían la sangre el movimiento

la llevaban al son de sus vigilias

del cigarrillo en mano

de sus espuelas en el tiempo.

Y la sabían contar -envueltos en la prisa

de los besos furtivos-

con su aliento febril sus aerosoles

su diluvial estrella temblorosa.


Era su eco ancestral su alfarería

los pájaros ardiendo

en el camino de las telarañas

una lluvia de fuego sacudiendo la tierra

un amor goteando sus delirios

en el cerrojo de los escorpiones.


Eran parte del viento y de la culpa.

Llegaban con sus alas

a los ciegos confines del dolor

al espacio de la tregua imposible

y jugaban a ver hacia lo lejos

-más allá del humo de sus propias cenizas

más allá del acecho de la mínima espada-

el dibujo de un árbol en el cielo

los anuncios de la sombra futura.


Los recuerdo crecidos en la verde marea

navegando serpientes de algodón y de llanto.

Veo su gesto de padres fugitivos

reposado cien noches en la misma mejilla

sus maneras de alzar un sonajero roto

los primeros mordiscos en un puño

que no tuviese nunca que morir.


Caminaba con ellos cifrando sus palabras.

Y las hacía caer- lo mismo que si fueran

un pez recién nacido- en la luz de las olas

en su espuma rugiente

en a huella sin fin de los naufragios

para que fuesen ojos en la hondura del mundo

y una vez regresaran con la furia del mar.


José Luis Menéndez (Buenos Aires, reside en Mendoza desde 1976). De su libro Los lados de la vida, antología publicada en 2016.



Generación


El tigre corre, a pesar de la bala en sus costillas

Eduardo Langagne



Nada de olvidar, nada.

Vamos a volver por nuestros hombres desmedidos, inocentes,

por nuestras frescas carcajadas de taberna y papagayo,

por el sólido fulgor, por el rastro que dejamos

en ciudades raras como laberintos de vidrio

donde las sirenas precedían al cadáver

y el balazo a la pregunta.

Vamos a volver. Vamos a olvidar

aquel infierno familiar donde nadie pudo sorprendernos

pues al lado de la muerte todo es asombroso, alucinante.

Volveremos valientes como niños

que resisten la paliza de crecer con alegría,

a cantar en contubernio volveremos, y a soñar y maldecir

sin ninguna clase de rencor ni mala espina;

mundanos, extranjeros, un poco más curtidos

pero locos e insurgentes todavía

contra un dios de bota y miriñaque

que quiso convertirnos en cadetes, en tarados de su fe.

Pero nada de olvidar.

Que pregunten en los diarios, en las obras,

en fábricas, altillos, cárceles inmundas,

en aulas y cuarteles de la patria,

en cementerios y hospitales que sofoca recordar,

en cultas bibliotecas y piezas de pensión

donde antes nos echaban por fogosos o sombríos, daba igual,

que respondan si escondimos la cabeza,

si quitamos un ápice de pecho,

que digan cómo pusimos el pecho y el error

a merced de la esperanza,

con qué acrobacias, con cuánta urgencia

de tribu acorralada en su reserva fronteriza

buscábamos un hijo sobre catres rechinantes,

al abrigo de la mata siempre a mano de la noche.

Y sin embargo, vamos a volver como si nada.

Vamos a llenar de olor y libros nuevos

la casa que dejamos por los fondos.

Vamos a terminar de comer.

Vamos a ponernos tristes para oír a nuestros muertos

y haremos el amor

bajo el mismo techo que saltamos.

Y nada de olvidar.

Nada.


Pedro Straniero (Mendoza 1955). De su libro Beso mostaza de 1995. Este poema aparece en el apartado Poemas de la cárcel (1981).




El nombre



A este ser que un cierto día fue

podrán hundirlo en las brumas gélidas de Auschwitz y Treblinka.

Podrán fundirlo en los campos de exterminio de la argentina Patria

o sepultarlo bajo los escombros de la heroica, altiva Gaza.

Tal vez busquen ahogarlo en las aguas de las tierras de los pilagá

masacrados y casi olvidados —

Eso: podrán intentar que lo olviden, y olvidarlo.

Les place sin duda desangrarlo, desgarrarlo, desmembrarlo.

Más aún: gozan con arrojarlo en la fosa común, incinerarlo,

arrojar cal viva y madera muerta sobre los despreciados despojos —

Eso: intentarán que lo desprecien, y despreciarlo.


Podrán levantar un muro, una montaña, multiversos de silencio.

Podrán sumir el mundo todo en la parálisis, el terror y el espanto. —

Podrán eso y esto y aquello — y mucho, mucho más.

Pero jamás podrán —jamás—

hacerlo d e s a p a r e c e r.


Porque este ser que un cierto día fue,

tuvo un nombre y fue n o m b r a d o.


Alberto Arias (Buenos Aires 1954- 2021). Este poema fue escrito al cumplirse 40 años del golpe genocida en 2016.



Selección: Sergio Morán


















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