Casa de palabras para no olvidar
- futuroseran
- 24 mar 2024
- 6 Min. de lectura

Para conmemorar la fecha compartimos una pequeña selección de poemas. El 24 de marzo de 1976 se abrió una época de horror en la Argentina y estos poemas tienen que ver con las consecuencias de ese horror, con los restos, cuerpos, ilusiones rotas y vueltas a construir, exilios. Algunos poemas probablemente no tenían que ver directamente con los hechos pero producidos o publicados en determinado contexto admiten la relación. En definitiva, en este momento aciago que vivimos en el país es fundamental no olvidar.
El espectro de Luis
a Luis Politi
Enero vuelve,
a cobrarnos su verde
hoja por hoja.
Nadie jadea
en las sombras
del verano muerto.
Te vi en un filme
que no era
como la vida misma;
con un final
a orillas del mar.
El mar en el cine
es más bello,
ya que no real
duele un poco más;
como tu espectro
en el filme,
que se renueva
en efímeras matineés.
Luego vuelves a tu
contradictorio sueño
de celuloide
(lata enlutada,
muerte enlatada).
El hombre de la sala
de proyección
ignora el milagro
que produce a diario
(legado de los hermanos Luz).
Así las parejas,
en los olvidados parques
tienden un mantel
sobre el césped y esperan
hasta que el deseo llega
a ponerle luz a las palabras.
Julio González (Mendoza 1931- 2022). Este poema apareció en su libro Cosecha embrujada de 1992. Luis Politi fue un actor nacido en Mendoza, fallecido en el exilio en 1980.
Fragmentos del dolor
El dolor,
como un universo flojo que se nos desarma
en el cuerpo impone su ronda tenaz
y danza su líbido con la muerte.
General de dios
insutil chicote enfermo
invade con sus guerreros páramos y valles
pueblos pequeños y apretadas ciudades.
Depredador del alma
mira irónico la plaza de los niños.
Está en el son de las canciones matutinas
y en el son de las canciones vespertinas.
Se agazapa detrás de cada hueso
y detrás de cada músculo,
transforma la lágrima
en un carro de triunfo donde viaja.
(he visto la nidada del dolor
sobre el lomo del más débil).
Está en el jabón de las mañanas
y en olor de las sábanas
en los trajes subordinados al rigor del horario
en los vericuetos del silencio
y en el grito amordazado de la penúltima tortura;
porque está en el frío de la espada
y en los números fríos
en la soberbia del héroe
y en el corazón del triste
en los olvidados,
en los malamados y en las víctimas,
está en la soga de la red que nos sostiene.
En los poemas y antipoemas
en el estilo nuevo y en el viejo alejandrino
en el adjetivo y en el verbo.
Está el sustantivo dolor por todas partes,
sólo retrocede
ante la piedad del tiempo.
Carlos Levy (Tunuyán, Mendoza 1942- 2020). El poema apareció originalmente en su libro La memoria y otras piedades de 1984.
VII
El salario no me lo pagan los burgueses decía Raquel o incendiaba
se paseaba a grandes zancadas por la plaza central.
No me lo pagan esos y volvía otra vez sobre sus pasos.
Ala pasar de los años su ausencia se notó más que otras.
De su pecho brotaban sus pechos y eran gritos, caricias, voluntad más que otras.
No hay ecos en la plaza central donde se libraron batallas olvidadas.
En la plaza central crece una hierba desabrida y sin truenos.
Luis Alfredo Villalba (Mendoza 1939). De su libro Hoteles baratos, 1999.
H.I.J.O.S.
Me acuerdo de sus p.a.d.r.e.s.
porque
anduvieron
deshojando
rosas
en el duro
silencio.
Los miré a cada uno flamear con sus banderas
y sus blancas mañanas de cereal
sobre la piel de las ciudades tristes.
Soñaban otra historia.
Le conocían la sangre el movimiento
la llevaban al son de sus vigilias
del cigarrillo en mano
de sus espuelas en el tiempo.
Y la sabían contar -envueltos en la prisa
de los besos furtivos-
con su aliento febril sus aerosoles
su diluvial estrella temblorosa.
Era su eco ancestral su alfarería
los pájaros ardiendo
en el camino de las telarañas
una lluvia de fuego sacudiendo la tierra
un amor goteando sus delirios
en el cerrojo de los escorpiones.
Eran parte del viento y de la culpa.
Llegaban con sus alas
a los ciegos confines del dolor
al espacio de la tregua imposible
y jugaban a ver hacia lo lejos
-más allá del humo de sus propias cenizas
más allá del acecho de la mínima espada-
el dibujo de un árbol en el cielo
los anuncios de la sombra futura.
Los recuerdo crecidos en la verde marea
navegando serpientes de algodón y de llanto.
Veo su gesto de padres fugitivos
reposado cien noches en la misma mejilla
sus maneras de alzar un sonajero roto
los primeros mordiscos en un puño
que no tuviese nunca que morir.
Caminaba con ellos cifrando sus palabras.
Y las hacía caer- lo mismo que si fueran
un pez recién nacido- en la luz de las olas
en su espuma rugiente
en a huella sin fin de los naufragios
para que fuesen ojos en la hondura del mundo
y una vez regresaran con la furia del mar.
José Luis Menéndez (Buenos Aires, reside en Mendoza desde 1976). De su libro Los lados de la vida, antología publicada en 2016.
Generación
El tigre corre, a pesar de la bala en sus costillas
Eduardo Langagne
Nada de olvidar, nada.
Vamos a volver por nuestros hombres desmedidos, inocentes,
por nuestras frescas carcajadas de taberna y papagayo,
por el sólido fulgor, por el rastro que dejamos
en ciudades raras como laberintos de vidrio
donde las sirenas precedían al cadáver
y el balazo a la pregunta.
Vamos a volver. Vamos a olvidar
aquel infierno familiar donde nadie pudo sorprendernos
pues al lado de la muerte todo es asombroso, alucinante.
Volveremos valientes como niños
que resisten la paliza de crecer con alegría,
a cantar en contubernio volveremos, y a soñar y maldecir
sin ninguna clase de rencor ni mala espina;
mundanos, extranjeros, un poco más curtidos
pero locos e insurgentes todavía
contra un dios de bota y miriñaque
que quiso convertirnos en cadetes, en tarados de su fe.
Pero nada de olvidar.
Que pregunten en los diarios, en las obras,
en fábricas, altillos, cárceles inmundas,
en aulas y cuarteles de la patria,
en cementerios y hospitales que sofoca recordar,
en cultas bibliotecas y piezas de pensión
donde antes nos echaban por fogosos o sombríos, daba igual,
que respondan si escondimos la cabeza,
si quitamos un ápice de pecho,
que digan cómo pusimos el pecho y el error
a merced de la esperanza,
con qué acrobacias, con cuánta urgencia
de tribu acorralada en su reserva fronteriza
buscábamos un hijo sobre catres rechinantes,
al abrigo de la mata siempre a mano de la noche.
Y sin embargo, vamos a volver como si nada.
Vamos a llenar de olor y libros nuevos
la casa que dejamos por los fondos.
Vamos a terminar de comer.
Vamos a ponernos tristes para oír a nuestros muertos
y haremos el amor
bajo el mismo techo que saltamos.
Y nada de olvidar.
Nada.
Pedro Straniero (Mendoza 1955). De su libro Beso mostaza de 1995. Este poema aparece en el apartado Poemas de la cárcel (1981).
El nombre
A este ser que un cierto día fue
podrán hundirlo en las brumas gélidas de Auschwitz y Treblinka.
Podrán fundirlo en los campos de exterminio de la argentina Patria
o sepultarlo bajo los escombros de la heroica, altiva Gaza.
Tal vez busquen ahogarlo en las aguas de las tierras de los pilagá
masacrados y casi olvidados —
Eso: podrán intentar que lo olviden, y olvidarlo.
Les place sin duda desangrarlo, desgarrarlo, desmembrarlo.
Más aún: gozan con arrojarlo en la fosa común, incinerarlo,
arrojar cal viva y madera muerta sobre los despreciados despojos —
Eso: intentarán que lo desprecien, y despreciarlo.
Podrán levantar un muro, una montaña, multiversos de silencio.
Podrán sumir el mundo todo en la parálisis, el terror y el espanto. —
Podrán eso y esto y aquello — y mucho, mucho más.
Pero jamás podrán —jamás—
hacerlo d e s a p a r e c e r.
Porque este ser que un cierto día fue,
tuvo un nombre y fue n o m b r a d o.
Alberto Arias (Buenos Aires 1954- 2021). Este poema fue escrito al cumplirse 40 años del golpe genocida en 2016.
Selección: Sergio Morán
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